Después del silencio, el conocimiento.

Un día, alguien me preguntó: “¿sigues escribiendo?”. “No”, le contesté. Y ahí acabó la conversación.

En realidad esa no era una pregunta para ser contestada, ni mi respuesta fue verdadera. Mi contestación hubiera sido: “No… para ser leída, porque no quiero que me leas. No quiero que sepas de mi. Pero sí, claro… continuamente”. Todos los que escribimos, lo hacemos constantemente, en nuestro interior, en un audio, en una conversación… en un diario. Lo hacemos, porque nuestro pensamiento es rápido, fructífero, analítico y exigente. Tenemos esa alta capacidad, o talento especial, que necesita ser expresado con palabras.

¿Para qué escribir?, me pregunto, si todo lo importante ya está escrito. Es más, ¿para qué escribir? si quien ha de hacerlo ya lo ha hecho.

Me respondo, que para llevarte a ti que me lees parte de mis pensamientos: de lo que he aprendido en mi reposo, de lo que me he planteado en mis dudas, de lo que he concluido en mis curiosidades. Porque mi historia no difiere mucho de la tuya, seguramente. Lo que difiere es cómo lo he vivido, y qué he resuelto de todo ello.

Mi silencio ha sido largo, es verdad. Vivo inmersa en él. ¡No hay lugar de más paz! Pero también necesito llegar a ti, una vez más, para rascarte tu impasibilidad con mis planteamientos, a veces inalcanzables, otras muy desconocidos, aunque reales como tú y como yo.

Y también, una vez más, para decirte: ¡Despierta!. No es tiempo de dormir, sino de despertar. El tiempo conocido se termina. Desconocemos lo que vendrá. Pero el Creador de todo, tiene un perfecto plan. Si te atreves a dar el paso y avanzar hacia ÉL, te llevará por su camino de vida y verdad. ÉL es el único que puede hacerlo.