He vivido en un mundo en el que el Arte me ha rodeado siempre.
Mi madre, que estudió magisterio, era pintora y pianista. Así que desde siempre escuché a los grandes compositores (Chopen, su favorito) y olí sus óleos que más tarde se transformaron en pigmentos de pintura al huevo, tal y como se hacía en el siglo XII, pues fué una gran pintora y repujadora de iconos bizantinos.
Su mayor interés era que yo, desde muy pequeñita, me acostumbrara a tener un lápiz en la mano, y se afanaba en ello. Y fué guardando todos los garabatos y dibujos que yo hacía... ¡aún los conservo: mi infancia en dibujos! Y por ella creer que yo tenía talento, llegué a la EADM (escuela de Artes Decorativas de Madrid), cuando un vecino y director de la escuela se lo ofreció a mi padre, pues acababan de crear un curso de dibujo y pintura infantil y juvenil. Así que con nueve años, me empecé a formar de manera académica con grandes maestros de la pintura contemporánea como Laureano Sastre (Sasgorembus) y Jesús García. Estuve en la escuela seis años. Participé en varios certámenes de pintura, como el de Nocilla de pintura, donde quedé segunda, y el de Unicef también finalista, recreando una obra del gran expresionista Kokoschka. Me condecoraron con la medalla de bronce al mérito artístico. Tenía que decidir si seguía mi carrera profesional con ellos como Interiorista, o iniciaba algo nuevo. Elegí seguir mi camino en el mundo de la comunicación.
A la vez, incluso antes, mi madre, queriendo siempre reconocer mis talentos, me inscribió en la prestigiosa escuela de danza de Doña María Ibarz, que fué bailarina del gran teatro de la Ópera de París. Recuerdo que en su estudio del paseo de Recoletos de Madrid, tenía un vestuario para las niñas con sillitas de nuestro tamaño, que me encantaba. Yo tenía cuatro años. También recuerdo la sala grande vestida completamente de espejos y un gran piano, pues las clases se hacían con música en directo, ¡todo un lujo! La pianista era hija de un compañero de profesión de mi abuelo, así que siempre estuve rodeada de gente maravillosa y talentosa en mi infancia. Con los años y como doña María murió, pasé a la escuela de Lucía Vila, integrante del Ballet nacional de España. Con ella estuve hasta que empecé a trabajar en doblaje, y ya mi tiempo era escaso para tanta dedicación. Pero sí, me encanta bailar... ¡y bailo siempre que puedo!
Y como no hay dos sin tres, también estudié música en el Real Conservatorio de Música de Madrid. ¡No podía ser menos! Mi madre me llevó con siete años a que me hicieran una prueba de aptitud, ya que las clases de solfeo se daban en la escuela de piano donde ella había estudiado la carrera y me admitieron, un año antes de la edad oficial de admisión, por tener un oído absoluto. Me gusta mucho la música, pero ahora solo de aficionada. En el colegio asistí a clases de flauta y también de guitarra. Aún hoy toco esta última, a mi aire, y también canto, lo que me gusta. Pero no seguí ese camino. Mi abuelo que había estudiado la carrera de violín, se disgustó un poco... pero se alegró de mis otros logros.
Y así pasé mi infancia y adolescencia: desarrollando mis talentos artísticos.